Razones nada inocentes sobre la lectura.
C. B.
Buenas
tardes.
Me
gustaría apostillar algunas cuestiones que por diversas causas no
pudieron encontrar su sitio en el artículo, un
tanto cursi, sobre
la lectura con el que fui premiado
en
su momento.
En
el mencionado texto,
Razones
para la lectura*,
se cruzan y entrecruzan muy distintas voces y ecos autoriales.
Momento por tanto de agradecer su colaboración desinteresada a Paul
Verlaine, Luis Cernuda, Vladimir Holan, Uxio Novoneira, Pablo Neruda,
Jorge Manrique, Pere Gimferrer, Carmen Martín Gaite, Jorge Luis
Borges, Armando López Salinas y, finalmente, aunque no por último,
Vladimir Ulianov Lenin. Creo que en la aportación de todos ellos
reside gran parte del mérito que el artículo pueda contener.
Entiendo que mi papel se limitó a construir una entretela, un
espacio, una letanía quizá, en las que sus palabras adquiriesen el
relieve adecuado para esa celebración de la lectura que traté de
llevar a cabo. Su colaboración fue tan importante para la
elaboración del texto que he de confesar que en algún un momento yo
mismo dudé sobre a quién habría que considerar como su verdadero
autor. Fue entonces cuando la sombra alargada de Carlos Marx vino en
mi ayuda y me dijo: “No le des más vueltas y no te
hagas el inocente: el autor es el que se lleva el cheque”. Es lo
bueno que, entre otras cosas, tiene el marxismo: siempre aclara quien
es el responsable, o, el irresponsable.
Celebración
de la lectura como acto colectivo, como acto en común, sin
separación ni frontera posible entre lo individual y lo colectivo,
entre lo íntimo y lo social. Acto que no hunde sus raíces en
ninguna misteriosa transustanciación estética sino en la admiración
como concepto que gusto reivindicar por ser expresión clara de
aquella virtud o potencia, presente en la condición de lo humano,
capaz de sacarnos de nuestro propio y mezquino egoísmo narcisista al
permitirnos reconocer con gozo y asombro en los otros la valía,
estatura y aportación de sus trabajos: un libro, una historia, un
canto, una mesa, una hoz, un algoritmo, un martillo, una lámpara. La
admiración como prueba de que los otros no siempre son el infierno o
el purgatorio, ni estamos condenados a la adoración de dioses que no
pisen el mismo barro carnal y frágil que nos hace y nos deshace.
La
lectura como celebración común y la literatura como ese lugar en el
que cada sociedad respira semánticamente y narra y nombra sus
miedos, sus deseos, sus fantasmas, sus fantasías, sus problemas, sus
obstáculos, sus miserias. Su horizonte de expectativas.
De
responsabilidad quisiera hablar ahora. De esa responsabilidad del que
escribe y sobre todo de la responsabilidad del que lee. En el
artículo que hoy se premia apenas se insinúa este encuadre pero si
no entrase en él creo sinceramente que las razones para la lectura
se quedarían cortas. Cortas y cojas. Acaso gentiles, pero cojas.
Si
la escritura nace como salvaguarda y herencia de lo memorable, la
lectura es la puesta al día de esa herencia y de ese patrimonio.
Siglos y esfuerzos y luchas ha costado que ese patrimonio esté al
alcance de la mayoría de la ciudadanos y ciudadanos. Y cada
generación está obligada a responder de esa herencia. Porque la
literatura nos interpela y espera de nosotros una respuesta. Y
responsabilidad corresponde
precisamente a aquel que ha de responder: al lector en tanto
responsable de la memoria del pasado y de la memoria del presente.
Abrir
un libro es abrir la puerta de nuestra casa para dejar pasar a
alguien, generalmente desconocido, que nos viene a contar una
historia. Hay quien dice que es bueno tener siempre la puerta abierta
para todos porque no hay libro malo. Yo sinceramente creo que esa es
una actitud irresponsable. No tanto por miedo a que se nos cuelen
ladrones sino libros charlatanes. Hay libros que nos venden
crecepelos y libros que nos prometen duros a cuatro pesetas. También
en la literatura existen vendedores de fondos de inversión que
prometen altas rentabilidades y halagan nuestra avaricia. No estoy
pidiendo que pongamos verjas y aduanas en nuestras puertas pero acaso
sea conveniente no ser, como lectores, ni tan tontos ni tan calvos.
Acaso sea prudente recordar que somos responsables de las palabras
que leemos o escuchamos. Muchas gracias.
*Para
ser inteligente, para creerse inteligente, para sentirse inteligente.
Para no estar solo, para estar solo, porque más que solo vale estar
mal acompañado aunque mucho se diga que no hay libro malo. Porque
hace frío ahí fuera, porque llueve sobre el corazón y gusta ver la
tinta sobre los campos de nieve. Para ser entrelagente. Para fumar
sin sentirse culpable, para dejar de fumar y las manos no se escapen
en busca del aire de nadie.
Para
tener un libro de bolsillo en el bolsillo y ocuparse de un mientras,
un ya veremos y de un entretanto. Por vista, gusto, tacto, olfato y
oído y para saber qué alumbra lo que tanto nos gusta. Por ego y por
apego. Para esconderse, para mostrarse, para vestirte, para
desnudarte. Porque sí, por si, porque no, para no. Para ser feliz,
por no ser feliz, por infeliz. Para andar el camino, para encontrar
el camino, para olvidar el camino, para construir un camino, para
hacer un alto en el camino. Para no perder el tren.
Por
sed, por hambre, por tierra, mar y aire. Para mirarse en el espejo,
por reflejo incondicionado, para conocer quién nos habla desde el
otro lado del espejo. Por ti, por mí y por ella. Porque queremos ver
y que nos vean y sin embargo qué morbo da la “cita a ciegas” (el
autor pone la alcoba, el editor la casa, el narrador es el que la luz
apaga)
Para
ver el humo que avisa donde está el fuego. Porque estar cansado
tiene plumas, la avaricia comienza en el dar y porque sólo
entonces soy como te quiero. Para tener la libertad que no tiene el
solitario. Para pedirte perdón por el daño que me hiciste,
echar sal en mis heridas e intentar saber cómo me llamo. Porque
puedes estar en misa y repicando, nadar y guardar la ropa, ser Caín
y el guardián de tu hermano. Porque si no se las lleva el viento,
arden las palabras. Por pié quebrado y tan callado. Para conocer la
voz de mi amo y para ver si de una vez alcanzo el silencio. Para ser
el enfermo y el psiquiatra. Porque yo no soy como te amo.
Porque
el poema es una copa de vino, y se fue, y el mañana no ha llegado.
Por punto de partida y de hoja en hoja y leo porque me toca. Porque
hay vida más allá del punto y aparte y es sano andar a pie de
página. Porque si pierdo la memoria qué pereza. Para ni ser ciego
en Granada ni nos obliguen a elegir entre la pena y la nada. Para
jugar con fuego y no salir quemado. Porque la letra con letra entra,
y sale y vuelve a entrar como beso que no quiere que te calles.
Porque
entre todos lo libros que he leído nunca he leído aquel entre cuyas
letras desfallecieron de amor Paolo y Francesca. Para tirar la mano,
esconder la piedra y mojar el pan en sangre ajena. Para que me llames
y me ames. Para acabar con la propiedad privada de mis palabras.
Porque si echas cuentas te sale a cuento y hasta te sobran dos
quijotes y medio sancho. Y por los libros de los libros, mal o bien,
pero amén.
Escrito con premeditación y
alevosía, y publicado en el diario El Público en Mayo de 2008
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