10
años despues
La
imaginación domesticada.
Colectivo
Todoazen.
“Las
palabras tienen dueño”, dijo el gato y tenía razón. Véase sino
lo sucedido con la palabra compromiso, durante años adosada a la
tradición de la izquierda intelectual y que con los cambios en la
correlación de fuerzas acabarían por ser abandonada cuando no
estigmatizada. Palabra que hace poco vimos reaparecer en el titular
de una noticia económica: El nuevo presidente de Seat, el
británico James Muir, aupado al cargo por Volkswagen en septiembre
pasado, declara: "Necesitamos a trabajadores comprometidos al
máximo". Nace así una nueva situación narrativa para la
palabra compromiso. Y si con este ejemplo descendemos de la categoría
(lo laboral) a la anécdota (la declaración) es para explicitar que
este proceso de “descendimiento” fue el recurso retórico que
elegimos para llevar a cabo la escritura de El año que tampoco
hicimos la Revolución.
El
Colectivo Todoazen es un grupo plural y multidisciplinar que centra
su labor en las investigaciones narrativas, con voluntad de
encuadrarse en la tradición emancipadora del pensamiento marxista.
A modo de referencias instrumentales nuestros trabajos se apoyan en
dos núcleos puntos de reflexión iniciales: el concepto de Narración
Global desarrollado por C. Bértolo en su artículo La novela del
siglo XX (Edit Escuela de Letras, 1992), posteriormente
desarrollado en La cena de los notables (Periférica, 2000) y
las reflexiones de Marsha Witten sobre Narrativa y cultura de la
obediencia en el lugar de trabajo (Narrative and Social Control:
Critical perspectivas. Dennis K. Mumby. Sage Publications,1993).
Si con ocasión de aquella publicación en 2005 manifestábamos
el misterio político que a nuestro entender la novela ponía sobre
la mesa: ¿cómo puede ser que en un año en que los beneficios
empresariales se acercaron al 25% y los salarios apenas crecieron un
3% no haya explotado la revolución social?, ahora, diez años más
tarde,con la llamada Gran Crisis Financiera del 2008 por el medio, en
cuya órbita de precariedad y desempleo continuamos atrapados y donde
persisten la desigualdad, la corrupción, y el desmantelamiento de lo
público, puede ser el momento de analizar los cambios en la
Narrativa Global que desde entonces se han venido produciendo.
Antes, quisiéramos señalar algunas claves allí latentes que hoy la
crisis ha puesto al descubierto. Por un lado, lo que en la novela se
apuntaba podía y debía hacer ver que el capital estaba alcanzando
sus propios límites, - “el capital como su propio enemigo” en
palabras de Marx –, que la acumulación era de tal orden que hacía
presumir que tanto capital difícilmente iba a seguir encontrando
oportunidades de inversión con niveles satisfactorios de
rentabilidad y que, al socaire de la oleada de beneficios,
resultaría milagroso que la producción no deviniese en
sobreproducción. Otra clave que El año que tampoco hicimos la
revolución evidenciaba era la alta y muy frecuente “tasa de
corrupción” que acompañaba aquella inflación de beneficios, lo
que, traducido a lenguaje económico, no podía sino delatar que el
capital mientras refrenaba, cuando no disminuía, los costes del
input trabajo, destinaba parte de sus plusvalías a incrementar unos
costes de corrupción que adquirían así condición de elemento
integrante del capital variable. Dos aspectos que nos parece
conveniente recordar para explicitar la mirada narrativa que venimos
utilizando trata de encontrar en lo económico la geología y
sísmica del territorio y del paisaje.
La
Narración Global como el conjunto de narraciones lingüísticas en
cuyo flujo discurre la vida social, y las narrativas como instrumento
de control en el interior de las organizaciones, son las dos ideas
motrices sobre las que hemos venido desarrollando hasta el momento
nuestro trabajo con unos objetivos concretos: determinar cómo y
hasta que punto las narrativas presentes en cada momento histórico
concreto determinan la percepción que los sujetos individuales y
colectivos tienen de si mismos, y analizar las actitudes que de tales
percepciones se desprenden, sin que en ningún caso entendamos que
sean estas narrativas los únicos elementos que participan en ambas
percepciones. Indudablemente otros elementos simbólicos o materiales
intervienen con tanto o más peso, sobre todo en el caso de los
segundos: salario, situación familiar, posición laboral.
El concepto de Narrativa Global1
hace referencia a todo un conjunto de narrativas, ya escritas, ya
orales, ya audiovisuales, que se agrupan formando distintos
subgéneros: narrativa literaria, narrativa familiar, narrativa
laboral, narrativa empresarial, narrativa audiovisual, narrativa de
la política, que interactúan entre si, aunque con muy variable
ponderación ,dando lugar en cada momento concreto, -seguimos aquí
las aportaciones de Raymond Williams-, a una narrativa hegemónica,
una narrativa residual y una narrativa emergente. Habría por tanto
que tratar de ver que están diciendo en estos momentos cada uno de
estas narrativas.
De la narrativa hegemónica, aquella que por así
decir marca la pauta y el tono de la “conversación social”,
podemos señalar las siguientes características:
- El
destino como planteamiento a resolver a escala individual, (pulsión
sobre la que la narrativa literaria burguesa viene insistiendo hasta
el punto de que parece inherente a ella)
-
Sustitución del conflicto por el misterio, (si el conflicto viene
provocado por la existencia de una silla con dos personajes que
tratan de sentarse en ella afirmando así su propiedad, ahora el
misterio se nos presenta como mera consecuencia de la existencia:
¿Qué hace aquí esta silla?)
-
Sustitución del contexto por la vida interior, (¿deseo o no deseo
sentarme en esa silla?)
-
Sustitución de la causalidad por la contiguedad, (hay silla, luego
es absurdo preguntarse o preguntar por qué sólo hay una silla).
-
Disolución del tiempo como eje vertebrador de la narrativa y su
sustitución por el tempo interno de que se dote la propia narración,
(llega con que durante el transcurso de la escena ninguno de los
participantes desea sentarse.)
-
Sustitución del concepto de progreso por el de avance tecnológico,
(ya se inventará una silla con dos asientos)
-
Entendimiento de la razón como facultad de poca utilidad a la hora
de trazar el destino personal, (la relación con la silla es
emocional y por tanto emocional debe ser las relaciones que se
establezcan con el otro)
-
Sustitución de “el mal” (una enfermedad, una silla mal hecha)
por El Mal con mayúsculas, algo inasible, profundo y, como el sexo,
revelador de Verdad, también con mayúsculas,( nada que ver con la
silla que falta, sino con el hecho de que la seda del tapizado de la
silla esté manchada por la sangre de un niño inocente)
-Hipertrofia
del yo: me pienso luego existo. Soy el que soy. Hay un yo verdadero
dentro del yo atrapado por el vivir cotidiano. La vida cotidiana,
ganarse el pan, es una mera contingencia, (pero me tocará la lotería
y compraré mil sillas, habrá un adulterio donde se me reconozca y
me olvidaré de la silla, mi jefe descubrirá mi talento y me
nombrará directivo con sillón). El verdadero destino es conocer ese
yo auténtico.
-
Sustitución del hacer por el hacerse: metaexistencia. (El sentido de
la silla es ser contada)
Recordemos, antes de pasar a hablar de las otras
dos narraciones, que en cada momento histórico (en cada situación
de la lucha de clases que la correlación de fuerzas entre capital y
trabajo perfila), cada narración ocupará un espacio mayor o menor
dentro del espacio narrativo total. La narración hegemónica
señalada y que llamaremos conservadora (en tanto que conserva la
raíz del individualismo burgués), se sitúa en el centro y ocuparía
en la circunstancia actual la inmensa mayoría del espacio narrativo
existente. Por otra parte, esta “topografía narrativa”, como ya
subrayaba Williams, responde a un esquema dinámico, con tensiones en
el interior de cada una de ellas y cabe al respecto observar que,
ocupando también ese espacio de lo hegemónico puede detectarse la
presencia de otra narrativa, hegemónica en tanto que ocupa ese
espacio de lo hegemónico pero subalterna o complementaria de la ya
caracterizada. Esa variante, que nos parece adecuado definir como
variante socialdemócrata, sólo se diferenciaría de la anterior no
por sustituir el hacerse por el hacer sino por proponer la
convivencia equilibrada de ambas formas de estar en el mundo. (Se
trata por tanto de reglamentar en lo posible el uso de la silla y de
hacer lo posible para que se sumen a la escena sujetos históricos a
los que hasta el momento se les había negado presencia: ecologistas,
mujeres, inmigrantes, nacionalistas oprimidos, laicos, etcétera). El
hecho de que la variación entre esta narrativa conservadora y la
narrativa socialdemócrata o posibilista sea tan escasa da lugar a
que ésta resulte prácticamente estéril tanto para sus emisores
como para sus receptores, por mucho que sus altavoces pregonen sus
logros (el tan cacareado matrimonio entre homosexuales por ejemplo).
Por otro lado, y teniendo en cuenta las circunstancias
socioeconómicas presentes, es fácil concluir que esta narrativa
socialdemócrata está a punto de ir a parar, si no ha ido ya, al
espacio propio de las narrativas residuales que más tarde
caracterízaremos.
Desde una óptica historicista podemos contemplar algunos
rasgos de esta narrativa hegemónica actual pues, si bien entendemos
que remonta su aparición – por poner una fecha no exacta sino
significativa- al momento histórico en el que el individualismo
burgués se impone frente a la antigua narración feudal (de la que
sin embargo va a conservar ciertos rasgos aristocratizantes), en
países como España, en los que la ruptura liberal tiene lugar a
modo de un prolongado e incompleto desgarro, su asentamiento ha sido
un logro difícil, lleno de avances y retrocesos, que nos permite
aplicar la expresión de “ hegemonía inestable” a un pasado que
abarcaría al menos el siglo XIX para prolongarse hasta el último
tercio del XX, es decir, hasta los tiempos finales del franquismo..
Un franquismo al que, para el caso y considerado narrativamente,
podríamos particularizar como aquel espacio temporal en el que se
impuso, desde la violencia, una narración de marchamo organicista,
católico y patriarcal en la que el maltrato y el paternalismo
autoritario cabalgaban en una misma secuencia. Una narrativa ésta
que, desde mitad de siglo asistiría, con represión y tensión en
uno y otro caso, tanto a la emergencia amenazadora de una narrativa
democrático-revolucionaria como a la lenta y tímida aparición de
una narrativa democrático-liberal, europea en definitiva, que iría
desplazando, vehiculada por el propio desarrollo económico de los
años sesenta, a la narración franquista hacia zonas marginales a
pesar de sus resistencias.
Delimitar lo emergente, aquello que desde lo nuevo (y no desde la
mera novedad) se enfrenta a las bases de la narración hegemónica
nos resulta hoy imposible. Por sus propias características (lo nuevo
tarda en ser reconocido) resulta siempre de muy difícil detección.
La emergencia puede pasar inadvertida al menos durante un tiempo y no
sabemos si estamos en uno de esos períodos de invisibilidad o, y nos
inclinamos más hacia esta hipótesis, simplemente no existe.
Estaríamos así ante un espacio narrativo mutilado, en una sociedad
sin narrativa emergente. Si como hicimos anteriormente, ampliamos
temporalmente el trayecto, parece conveniente hacer referencia a
aquellas transformaciones narrativas en el marco de la transición
democrática que las citas del profesor Bustelo, recogidas en el
texto de Martín Cabrera, tratan de poner de manifiesto. Sin
embargo, a nuestro entender, lo que la secuencia de Bustelo evidencia
es, más que una transformación, un proceso de traslación en el
interior de aquellas dos narrativas que fueron emergiendo durante el
franquismo en contraoposición a la fascista-patriarcal narración
de origen. Señala primero Bustelo los rasgos con que emerge, en los
años cincuenta, la narrativa democrática-revolucionaria: lucha de
clases, socialización de los medios de producción, plusvalía, es
decir: conflicto capital/trabajo, para a continuación, y tras
apuntar a lo que Marsha Witten llamaría “narrativas de lo
imposibilidad” – somos egoístas y no eso no se puede cambiar-,
recalar en el regazo de una narrativa en la que ya no hay lugar para
cuestionar las bases del capitalismo.
En realidad, de lo que Bustelo da cuenta es de la absorción
por parte de la narrativa liberal-democrática de un caudal narrativo
socialdemócrata que le aporta, eso sí, el ímpetu necesario para
que su histórica “inestabilidad” desaparezca: “Cuando
dejemos el gobierno a este país no lo a conocer ni su madre”,
Alfonso Guerra dixit y con razón: neutralización de los
sindicatos, erosión de las fuerzas revolucionarias, privatizaciones,
desmantelamiento industrial.
Lo que la postmodernidad socialista trae no es ninguna
narrativa nueva sino el afianzamiento como hegemonía de aquella
narrativa democrático-liberal. Esto no es nuevo pero si resulta
novedoso para una sociedad que como la española parecía incapaz de
estabilizar narrativa alguna al menos desde las Cortes de Cádiz. Y
sin duda este hecho es el origen de lo que llamaríamos “síndrome
del nuevo rico” que da un tono peculiar -euforia,
autosatisfacción, desmemoria- a la narrativa hegemónica española
actual.
La narrativa residual se caracteriza, a la contra de
la hegemónica, por la permanencia en su interior del conflicto como
elemento vertebrador de su poética, de su entendimiento y
percepción de la realidad. Conflicto entre capital y trabajo,
conflicto entre emancipación e imperialismo, conflictos de raza, de
género, de nacionalismo. Y esa presencia del conflicto que la
narrativa dominante expulsa explicaría que su geometría apenas
viene a ocupar un estrecho diez por ciento del espacio narrativo
total aunque de manera puntual o episódica logre hacerse oír. Un
espacio narrativo que históricamente tuvo su período de emergencia
y consolidación en paralelo al desarrollo de los socialismos
europeos del siglo XX, y que en sus momentos de auge disputó la
ocupación del territorio central a la narrativa hegemónica liberal
pero que a consecuencia de la dinámica social (la correlación de
fuerzas) se va a ver relegada hacia el entorno (en el sentido que
otorga Luhman al término, es decir, hacia el exterior del sistema).
A la contra de la narrativas hegemónica conservadora, la
narrativa residual enfoca el destino personal como una dialéctica
entre el individuo y la sociedad, - “El destino es el encuentro del
individuo con su clase” en palabras de Luciano Lamberti-, mantiene
que la razón, a pesar de sus límites, continúa siendo herramienta
imprescindible para entender el argumento de las tramas sociales, y
sustenta la idea de que hombre, en tanto protagonista, es
sustancialmente un homo faber constreñido en sus potencias
por un sistema económico en el que el hacer es factor necesario pero
subalterno del capital.
Tratando de perfilar el estado narrativo de nuestras
sociedades, con especial atención a la española, nos hemos venido
moviendo hasta ahora, en los niveles correspondientes a la Narrativa
Global. De nuestro “comentario de texto” se desprende que
estamos en un momento histórico en el que la hegemonía de la
narración conservadora parece tan aplastante que puede dar lugar a
una lectura que interprete tal dominio como prueba de su
inmutabilidad, y acaso el conseguimiento de esa lectura cabe
entenderse como su principal fin, su función, su mensaje.
Dada la relevancia de la Narrativa Global para intervenir
en el sistema global de narraciones es indudable que esta
configuración que hemos propuesta va a dejar su marca sobre todas y
cada una de las narrativas que la conforman. Entre ellas, la
narrativa propiamente literaria, hacia cuya atención a continuación
“descenderemos” siguiendo el camino señalado por la propuesta de
Martín Cabrera.
Si con un mecanismo no rígido de transparencias,
proyectamos los perfiles adjudicados a la Narración Global sobre la
narrativa literaria, - con las cautelas necesarias para no olvidar
que en tal proceso las opacidades sin duda existentes pueden dar
lugar a algunas distorsiones-, no resulta arriesgado afirmar que el
juego de espacios y curvas de nivel entre ambas narrativas ofrece
claras semejanzas, lo que nada tiene de extraño puesto que la
narración global que la polis hace de si misma inevitablemente va a
intervenir con peso en la conformación de aquellas narraciones
literarias que surgen en su seno. Todas y cada una de las
características que hemos detallado al hablar de la narración
política (en la polis) hegemónica se recogen, en mayor o menor
grado, en la narración literaria hegemónica: el misterio como motor
de la acción narrativa, sobreabundancia de tramas de investigación,
ficción del yo, metaliteratura, disolución de las aduanas entre el
sentimiento y la emoción sentimental, sentimentalización de la
política, memorialismo de autoafirmación. Para nosotros éste es el
perfil dominante de la actual narrativa española y la única
discordancia que observamos entre ambas narrativas, la Global y la
literaria, viene dada por la presencia de una variante que en
principio cabría calificar como más propia del espacio de lo
residual que de lo hegemónico. Nos referimos al cultivo, exitoso
desde el punto de vista de la recepción crítica y comercial, de una
“narrativa de la imposibilidad” en la que se aborda el conflicto,
inclusive el conflicto entre el capital y el trabajo, pero justamente
en el sentido con que Witten nombra su pertenencia: como profecía
del fracaso, como la imposibilidad de cualquier intento por honesto y
justo que sea de alterar radicalmente los límites que la narración
dominante establece. Una profecía que a veces se refleja desde el
pasado – y la complaciente transformación de la guerra civil y
revolucionaria del 36 en mera guerra cainita que la narrativa
española más reciente nos viene ofreciendo es claro testimonio de
ello-, pero que la mayoría de las veces se cumple atendiendo a un
presente en el que el reclamo de todo futuro ha desaparecido (llama
la atención al respecto la muy escasa presencia de los hijos en los
argumentos).
El estrecho y escaso cuando no nulo espacio que
constatábamos para lo emergente y residual, explica la extrema
dificultad de que surjan propuestas narrativas literarias procedentes
de uno de esos ámbitos. Pero a causa de ese voluminoso obstáculo
creemos columbrar que se está produciendo un extraño fenómeno de
difícil categorización, pues si ya Williams al plantear su esquema
indicaba la posibilidad de que se pudiese saltar de los residual a lo
emergente y viceversa sin pasar por el espacio de lo hegemónico, lo
que observamos es un proceso de recomposición del esquema en el que
obras como Lo real o El padre de Blancanieves de Belén
Gopegui; El vano ayer de Isaac Rosa, Panfleto para seguir
viviendo de Fernando Díaz, Cartas clandestinas de un cartero
enamorado de Pablo Caballero o Unas vacaciones baratas en la
miseria de los demás de Julián Rodríguez, estarían indicando
que sin perder de vista las tierras donde sobrevive lo políticamente
residual y sin pretensión manifiesta de ocupar territorio
hegemónico, hay en marcha una corriente narrativa que desde
posiciones rigurosamente literarias actúa con vocación de
intervenir en la construcción de la narrativa global, la política
en definitiva, saltándose de esta suerte las aduanas y servidumbres
de una literatura que permanece secuestrada por lo hegemónico.
Atender a la evolución de este proceso que a nuestro entender
apunta, constituye sin duda una de las pocas áreas de interés que
la literatura actual en España despierta.
El estudio de las narrativas y de su circulación
en el cuerpo social se nos presenta como una útil herramienta de
aproximación dada su competencia para poner al descubierto la
geología social, sus líneas de fuerza, sus fallas, su densidad. La
narrativa como estructura sintáctica, al situar las palabras en un
contexto concreto, opera sobre la semántica, modela la realidad
compartida y actúa sobre el intercambio social a través del cual el
individuo y el sujeto colectivo van a nombrar, reconocer, elaborar e
imaginar la realidad. Dominar la imaginación resulta decisivo porque
dominando el imaginar se controla el presente y, sobre todo, el
futuro. Si la descripción de las narrativas hegemónicas que hemos
propuesto no está errada, conclusión poco grata sería que la
sociedad española está atravesada hoy por un imaginar dominado,
domesticado, y en consecuencia, la suspensión de la mirada crítica
no debería sorprendernos.Tampoco dejarnos ciegos.
1Bértolo.
La novela del siglo XX . Edit Escuela de Letras. Madrid 1992
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