Enseñar
a imaginar
Martín
López Navia
Hace
unos años leí unas declaraciones de un autor al que respetba y
respeto, Francisco Ayala,
en las que decía - a propósito de enseñanza y escritura - que era
absolutamente imposible
enseñar a imaginar. Al leerlo me dije para mí mismo: por supuesto,
y pasé la hoja pero
la pregunta que aquella declaración encerraba empezó a darme
vueltas y empecé a imaginarme
que es lo que había dentro de ese por supuesto con el que pensaba
haber resuelto el problema.
Francisco Ayala me había enseñado a imaginar. Dirán algunos que me
estoy equivocando,
que en todo caso lo que me enseñó el autor de Muerte de perros fue
a pensar y no digo
que no tengan razón, pero al tiempo se equivocan porque no se puede
pensar sin imaginar y enseñar a pensar deviene así enseñar a
imaginar y viceversa.
Conviene
ante todo decir que es lo que entiendo por imaginar y conviene
decirlo no solo por
razones de claridad en la argumentación y honestidad intelectual
sino por otra razón
fundamental
que se sustenta en que a mi entender no se puede enseñar algo si
antes no se sabe qué
es ese algo que se quiere enseñar. De ahí mi extrañeza cuando oigo
afirmar, con bastante
asiduidad,
a muchos profesores de Literatura, que la Literatura es por naturaleza algo que no se puede
definir. Algo por tanto
inefable,
inaprensible e incomunicable. Y comunicando lo incomunicable se ganan
la vida, sin lujos
la mayoría de ellos pero sin ahogos ni sonrojos.
Imaginar
es la capacidad de ver lo que hay. Enseñar a imaginar es enseñar a
ver lo que hay. Aprender
a imaginar es aprender a ver lo que hay. Distingo entre enseñar y
aprender porque son capacidades cualitativamente comunicantes pero no
siempre en proporciones cuantificables.
Para enseñar, por ejemplo, es necesario arriesgarse a decir que se
sabe, es decir,
arriesgarse
a ser tomado por pedante, estalinista, dogmático, académico y
lindezas por el estilo.
Y también es arriesgarse a algo más importante: a que alguien te
diga y demuestre que
no
sabes. Es decir, a equivocarte. Para aprender se requiere ante todo
estar dispuesto a aceptar que
alguien te puede enseñar algo y esta disposición, reconozcámoslo,
no es algo corriente
en
nuestros días, en los que lo que más abunda es la gente que solo
está dispuesta aprender,como
mucho, lo que ya sabe y a veces ni tan siquiera eso.
Lo
que hay ¿dónde?: en la Literatura, es decir, en ese lugar donde se
piensan – se imaginan-
y construyen las palabras y las historias colectivas. Lugar como
valor simbólico
puesto que ese pensar y construir no es tanto un espacio como una actividad,
un hacerse. Enseñar por tanto a ver lo que hay en las palabras y lo
que hay
en las historias colectivas.
Qué
hay en las palabras. Hay muchas cosas: lexemas, morfemas, géneros,ortografía,
caligrafía, significante, significados, etc. Pero para enseñar a
imaginar lo
que realmente tiene interés es la tensión que hay entre el
significado propio
y el significado ajeno. Y digo que es esto lo que interesa si se
parte de un
entendimiento
de la Literatura como lugar colectivo y por tanto como realidad compartida.
Creo
que será una opinión compartida por muchos que las palabras tienen una
biografía personal y que la palabra mentira, por ejemplo, tendrá un
valor determinado en cada persona
según hayan sido sus relaciones con esa palabra a lo largo de su
experiencia
personal.
En un caso su valor -su esfera de significaciones posibles - se
inclinará hacia
la cobardía; en otro, hacia la astucia. Algo semejante ocurrirá con
la palabra azul. Para unos
el
azul será tristeza melancólica y para otros será inocente alegría.
Pero cualquiera que tenga dos dedos
de inteligencia, es decir, una mínima distancia con respecto a si
mismo, sabe también
que
las palabras tienen también una biografía e historia colectiva y
que esa biografía dota a cada palabra
de un valor - repito, significación posible - común, coincidente,
que es el que nos dice que mentira
tiene su opuesto en verdad o que azul se lee como romántico, lírico,
acogedor, intimo, bonito.
Los problemas empiezan cuando ambas biografías se cruzan. Cuando la
palabra de uno tiene voluntad de constituirse en palabra para otro.
Entonces se crea una tensión que obliga
a poner en marcha esa facultad - imaginar - de la que venimos
hablando.
Para
enseñar, "mostrar" esa tensión, es necesario colocar la
palabra en una situación que la obligue
a significar y le exija por tanto ser imaginada, ser pensada, es
decir, que revele como la palabra,
aparte de su biografía personal y de su biografía colectiva, vive
cuando se liga a una situación
que ha de ser construida, representada y resuelta con la palabra. Es
decir cuando la palabra se
revele como intención y tenga que descubrir su propio sentido. Es
entonces cuando la palabra entra
en el campo de lo literario. Estoy de acuerdo con Ezra Pound cuando
define la literatura como
"el idioma cargado de sentido".
Creo
que la mejor forma de enseñar es poner delante -mostrar - el
problema. Para lograrlo pedir por
ejemplo a los alumnos que resuelvan el siguiente enunciado: "
Alguien le explica a un
ciego
de nacimiento el color azul". El ejercicio les obliga a ver lo
que hay, en este caso, lo que hay en
la palabra azul y lo que hay de tensión en toda palabra que ha de
ser comunicada a alguien
para
ser compartida. Les obliga a imaginar la biografía personal y
colectiva de esa palabra y les obliga
a buscar, imaginar, la posible zona de encuentro de esas biografías
con las biografías del destinatario.
Si hacemos mentalmente el ejercicio comprobaremos lo tópico y lo
poco que hay en esa palabra antes de que la situación marcada por el
enunciado nos obligue a imaginarla. Enseña también el ejercicio que
las palabras no están dadas, no están hechas y que para poder
construirlas es necesario imaginar al otro. Si uno no imagina al
otro, desde mi punto de vista, no escribe, como mucho redacta, y no
habla, como mucho, cotorrea.
A
partir del mismo enunciado, el imaginar puede seguir siendo explorado
dentro de ese lugar que hemos llamado lo literario. Basta con poner
delante lo que hay. Por ejemplo: ¿Quién es ese alguien que le
cuenta el azul al ciego? ¿Por qué quiere contarle lo que es el
azul? o bien ¿Alguien le cuenta el azul al ciego o alguien nos
cuenta que alguien le cuenta el azul al ciego? Problemas todos que
los escritores conocen perfectamente y que están ligados a los
problemas de diferencia que hay entre el sentido de una historia y el
sentido de contar una historia. Problemas que acaban con la falsa
diferencia entre forma y fondo que tantos estragos y distorsiones
crea a la hora del imaginar. La literatura, como se ha dicho antes,
es también, o al tiempo, el lugar donde se piensan- imaginan- las
historias colectivas. Para hablar de ese enseñar a imaginar las
historias colectivas voy a explicar algunas de las actividades
podrían llevarse a cabo si bien antes sin embargo quisiera decir que
entiendo, siguiendo a Claude Bremond, que "toda narración
consiste en un discurso que integra una sucesión de acontecimientos
de interés humano en la unidad de una misma acción", y que de
esta definición me interesan fundamentalmente tres aspectos: la
capacidad de integrar acontecimientos, que el interés de estos es un
interés humano y que se integren en una unidad de acción.
El
ser humano vive en un tiempo, es decir, en una secuencia de actos y
además es consciente de
esa secuencia, ve sus actos dentro de secuencias. En ese sentido la
vida es una narración
pero
precisamente por faltarle la unidad de acción, o sea, una intención,
es una narración incompleta
y creo, aquí no me queda más remedio que ponerme metafísico, que
esa ausencia es
vivida con malestar. Las narraciones alivian ese malestar, rellenan
la nostalgia de una vida con sentido
y lo que es más despiertan el deseo de construir una vida con
sentido. En las narraciones
los
hombres aprenden no solo ese deseo sino que aprenden que los actos
tienen consecuencias. Consecuencias que muchas veces en la narración
de la vida no se ven, precisamente por la dificultad de integrar los
actos en esa unidad de acción que las narraciones poseen aun en
aquellos casos en los que la unidad de acción viene determinada por
la intención de contar que la unidad de acción es una pura
entelequia.
Pero
vayamos a la práctica y escojamos como espacio el espacio narrativo
de Madame Bovary,
de Flaubert. Qué nos cuenta esa novela. A mi entender nos cuenta una
cosa sorprendente:
cómo
una persona idiota puede causarnos admiración. Eso no es lo que se
nos cuenta en la novela
pero es lo que nos cuenta la novela. Ya de paso diré que lo que en
la novela se nos cuenta es
que
la fatalidad no existe que la fatalidad es una consecuencia y que una
persona que quiera encontrar
sentido a su vida como es el caso de Emma Bovary - por eso su
tragedia, según dijo
Carmen Riera, es que Emma solo quiere que le cuenten una historia, es
decir, que le digan que
la vida tiene sentido - está condenada a la incomprensión cuando
vive en una comunidad
que se caracteriza por su abandono total de cualquier búsqueda de
sentido.
Para
ver -imaginar- lo que hay en Madame Bovary, nada mejor que intentar
introducir algo que
no hay y en ese sentido proponemos a los alumnos que se imaginen otra
historia de adulterio
dentro de la novela. En ese momento la capacidad de fabulación de
los alumnos se pone en marcha - y digo capacidad de fabulación y no
capacidad de imaginación -. Piensan
en posibles amantes y piensan en posibles momentos dentro de la
narración en que ese a
nuevo
adulterio puede ser posible. Por supuesto fabulan de todo. Pero es la
imaginación precisamente
la que les irá haciendo ver que ninguna de sus fabulaciones es
coherente con el
sentido
de la novela. La imaginación ya está ocupada por la imaginación de
Flaubert. Emma tiene los
adulterios que puede tener y los que debe tener en función
precisamente de los tres ámbitos que para
el personaje están dotados de capacidad para otorgar sentido: la
ascensión de clase (Rodolfo),
la sensibilidad artística (León) y la religión (el párroco).
Curiosamente este posible adulterio
- el de la religión - sólo se produce como dirección (Clarín lo
aprovechó espléndidamente)porque
el protagonista de ese posible adulterio en la novela de Flaubert
carece de imaginación,carece
de búsqueda de sentido y no podría ser de otra forma porque la
inclusión de un adulterio de
este tipo sacaría a la novela de su necesaria unidad de acción y
alterarla el sentido de la narración.
Algo
de eso, por cierto, le pasa a la Regenta. Fermín de Pas no deja leer
la novela. A los alumnos les molesta que se insista en que una novela
es un artefacto orientado hacia una conclusión. No solo a los
alumnos. A muchos escritores también. Javier Marías, por ejemplo,
no cesa de repetir que el escribe con brújula mientras que otros
escriben con mapa. Y no se por qué, - bueno, si lo sé pero no voy a
entrar ahora en ello - lo de la brújula queda mejor, más
"literario" aunque resulte ser una porque una brújula no
sirve de nada si uno no sabe a donde quiere ir y si uno sí sabe a donde
ir necesariamente mentalmente construye un mapa a mayor o menor
escala. Y precisamente ese
mapa es un acto de imaginación. Aunque conviene no olvidar que no
todos los mapas evitan el extravío.
Leído
en Verines (aquellas reuniones a la mayor gloria de Victor de la
Cocha) en 1995.
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