Los Libros invisibles.
Tranquiliza
saber que el libro perfecto es el libro que no existe.
Lo saben los críticos que con uñas y dientes pregonan cada semana
el arribo de cien nuevas obras maestras. Lo sabe el autor que se
disculpa afirmando que su mejor libro será el siguiente. Lo saben
los lectores que cierran uno y como Tántalos acercan su sed hacia
aquel que a bombo y entrevista anuncia su llegada. Lo saben las
11.000
agentes literarias
y los tres agentes literarios que con cariños de celador o madrastra
animan a su cuadra a galopar en busca de ganador o colocado. Lo saben
los distribuidores (en teoría, si el editor es la cabeza, ellos son
los pies y en estos tiempos, para gloria del comercio cultural, las
editoriales piensan con los pies) que calibran el producto con ojos
de alpinista de montaña: un 5.000 (ejemplares), un 8.000, un 50.000,
¡un 100.000!, y echan cuentas y sueñan con que la cumbre más alta
inflame sus ganancias.
Lo
sabemos todos porque, aunque todos vamos de platónicos por la vida,
buscando cobijo a la sombra de la belleza prometida, luego resulta
que hay lo que hay, y lo perfecto, nos decimos aristotélicos, es
enemigo de lo bueno y sabemos también (Lara dixit), que ni
los libros ni los niños ni los premios literarios vienen de París.
Así que salga usted y escoja. Que mañana los libros volarán en
busca del lector perdido y hallado en el templo. Día
del Libro. Que un libro al año no hace daño.
España
es un mercado editorial con más de 80.000 títulos anuales (según
las últimas estadísticas). 80.000 títulos que se escriben,
editan, se revuelven e incorporan, circulan, se venden, se regalan o
se leen. O se mueren, porque muchos son los llamados y pocos los
escogidos, y la tendencia de los últimos años refuerza esa
dirección: crecen
los títulos publicados y mengua la tirada media;
es decir, cada vez hay más títulos pero se venden menos títulos. Y
lo que parece una contradicción, no lo es: la venta se concentra en
algunos pocos de entre todos los publicados, mientras que el resto
son claros candidatos al saldo o a la guillotina.
Desde
fuera, los profanos no acaban de entender que España, siendo uno de
los países europeos donde relativamente se lee menos, sea sin
embargo uno de los que más títulos edita. La cosa tiene sus
explicaciones. El mercado editorial, como desterrado en desierta
playa, lanza cada vez más botellas al océano con la esperanza de
que la cantidad amplíe las posibilidades de victoria. Un
título que venda 10.000 es salud para una editorial de tamaño
discreto;
un éxito de 20.000 deja respirar a las medianas y uno de 50.000 es
agua de mayo incluso para las grandes. Ya se sabe: a mayor
precariedad, mayor gasto en loterías; a menor renta, mayor índice
de natalidad.
Alguien
dijo que un libro es una isla en espera de un náufrago
o un
náufrago que espera la llegada de una isla. Sea como sea, los libros
serán mañana un archipiélago de papel en medio de la urbe. Y se
oirá el canto de las sirenas; es decir, los mil y un reclamos y
altavoces de los medios de producción de necesidades: publicidad
directa o indirecta, suplementos especiales, noches de libros, firmas
de autores y autoras, coloquios, informativos, entrevistas, rosas,
performances, lecturas, concursos, obsequios, saltimbanquis de la
crítica y tesis doctorales. El
reino del marketing.
Y al final, lo de siempre: todos atentos para ver si la crisis deja o
no su huella sobre el monto económico y el morbo de chequear quiénes
han sido los autores más vendidos. Los más vendidos.
España
es una librería con más de un millón de obras maestras, según las
últimas reseñas. Si leer, como dicen, nos hace más libres y
comprar, insisten, nos hace más felices, el libro es la mercancía
perfecta. Hay que elegir, claro, y elegir agota, decía Rilke, pero
no nos preocupemos tontamente, pues el mercado elige por nosotros. La
lista de los libros más vendidos está al alcance de todos los
españoles, incluso de los que están hartos de ser españoles. La
lista como criterio, el mercado como inteligencia.
Con
un poco de suerte, hasta estarán en los mostradores, del salón en
el ángulo oscuro, los libros invisibles. Islas ignotas, lejos de las
rutas literarias más frecuentadas. Islas en la niebla, con escasos
atractivos para el turista, sin playas fotogénicas ni simetrías
narrativas, sin misterio ni descubrimientos del Mediterráneo, sin
detectives sabihondos, escépticos o salvajes. Náufragos sin botella
en medio del oleaje de la promoción de novedades. Insólitos.
Invisibles, casi inexistentes, casi, por tanto, ellos sí, perfectos.
Inesperados. Bueno será, propongo, taparse con cera los oídos,
sujetarse al mástil y hurgar en esa imprescindible lista
de los libros menos vendidos que nunca vemos publicada.
Una
lista en la que no deberían faltar títulos como
La
palabra quebrada,
de Martín Cerda (Editorial Veintisiete letras), La
fuerza de la gravedad,
de Francesc Serés (Alpha
Bucay), Mamadú
va a morir,
de Gabriele de Grande (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo),
Panfleto
para seguir viviendo,
de Fernando Díaz (Bruguera), Introducción
a la Guerra Civil,
del Colectivo Tiqqum (Melusina), Libro
de las derrotas,
de Antonio Orihuela (La oveja roja), Ropa
tendida, de Eva Puyó (Xordica), España,
de Manuel Vilas (DVD), Crónica
del 6,
de David Fernández (Virus), Perdóname,
pero te amo,
de David González (Baile del sol), Estado
de necesidad y legítima defensa,
de Günther Anders (Centro de documentanción crítica), Soy
apache,
de Gerónimo (Mono azul), El
hombre risa,
de Javier Maqua (KRK), o La
presencia de las cosas,
de Pablo Sastre ( Hiru). Feliz
Sant Jordi.
Y el Dragón. No se olviden del Dragón.
Publicado
en El Publico (creo) con ocasión del Sant Jordi de 2009
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