martes, 12 de julio de 2016

Líneas de batalla cultural: dos.


El partido como frente cultural (II)



No se trata de algo que “se piensa” sino algo a través de lo cual se piensa y se vive.” Juan Carlos Rodríguez

Decíamos que, entendiendo la cultura como conjunto de referentes comunes, tangibles e intangibles, utilizados para identificar e impulsar valores compartidos, y partiendo de la idea de que cultura no es una simple acumulación de conocimientos sino el proceso dinámico y continuo de generación, producción y valorización de lo común – entendido como cualidad distinta a lo simplemente compartido- , nuestro partido, el partido de las y los comunistas, debería plantearse el asumirse a si mismo como órgano de cultura evitando repetir aquellos planteamientos “bífidos” - fuerzas del trabajo/fuerzas de la cultura- que respondían a visiones del mundo que entendían la cultura como territorio autónomo o mercado de prestigios que las fuerzas de la emancipación deberían expropiar para su propio uso. Frente a la cultura como producto, la cultura como producción. Asumir el partido como productor de cultura supondría que esta no debería seguir considerándose, kantianamente, como un espacio aparte sino como praxis que ha de estar presente en cada momento, acto y espacio donde el partido se construya y exprese como comunista. Y eso requiere implementar en nuestras líneas de trabajo estrategias y tácticas culturales encaminadas a actuar sobre dos frentes absolutamente complementarios: producir, fomentar y promocionar cultura comunista en tanto producción de lo común, y combatir, sabotear y desacreditar “las culturas del yo” que el capitalismo ha logrado imponer como definición y límite de lo cultural.

Estamos hundidos en el no-yo y esa es la clave de nuestras lecturas actuales” J. C. R.

Somos conscientes de que las trabajadoras y trabajadores que nos dan sentido y nos construyen como partido comunista, se presentan hoy como clase sociológicamente fragmentada a consecuencia de los actuales sistemas de trabajo postfordistas. Pero a la vez que esta fragmentación en el espacio laboral es innegable, sucede también que desde el punto de vista cultural esa misma clase se ha uniformado fuertemente por causa de la hegemonía cultural que el capitalismo detenta de manera monopolista. En sociedades como la nuestra, conformadas en buena parte como sistemas de comunicación que determinan la auto y la heterodescripción – el cómo nos vemos y el cómo nos ven- las clases sometidas se han visto invadidas, alienadas e infeccionadas por la “gran fábrica cultural” que el capitalismo impulsó, con éxito, durante una larga guerra fría de cuya victoria, botín y trofeos, el capitalismo sigue disfrutando. Una cultura capitalista fundamentada en el “yo soy el propietario y hacedor de mi destino” y que, o bien revestida con los ropajes del viejo y nuevo humanismo que entiende la cultura, la Kultur, como esfera superior ajena a las vicisitudes del humano trajín económico, o bien asumiéndose como ilimitada construcción cínica: “yo soy un no-yo”, trata en cualquier caso de imponernos su última verdad: la fuerza de trabajo como capital individual y el ya todos somos, trabajadores y empresarios, poseedores de capital y por consiguiente el capitalismo es ahora mero diálogo democrático entre capitales dotados de los mismos derechos y deberes.

la tierra prometida del supuesto oro encerrado en el texto” J. C. R.

Las culturas del capitalismo nos han producido como culturalmente iguales: nos gustan las mismas exposiciones de arte, visitamos los mismos museos, escuchamos las mismas canciones, leemos los mismos libros, atendemos obsesionados a los grandes eventos deportivos, hablamos de los mismos espectáculos, vestimos modas semejantes, nos vacacionamos en los mismos caribes, disfrutamos o no podemos disfrutar de los mismos restaurantes, de las mismas universidades, vemos las mismas películas o series de televisión, leemos los mismos periódicos globales de la mañana o de la tarde, todos hablamos inglés o, si no lo hablamos, estamos obsoletos, todos y todas queremos los mismos etcéteras y etcéteras y, sobre todo, muy sobre todo, todos y todas deseamos los mismos deseos, imaginamos las mismas imaginaciones y somos poseídos por los mismos miedos. Habrá quien diga que la oferta es amplia y que hay quien acepta el gusto dominante y quien no lo acepta. Y sí: la oferta puede ser diversa pero el hipermercado es igual y único y tanto el gusto como el disgusto forman parte de la misma oferta que se pone a nuestro alcance. Porque en sociedades “para” el Mercado como son las que construye el actual capitalismo, la clave cultural no reside en el consumo sino en la producción y es el capitalismo el que monopoliza la producción de necesidades: qué querer, qué sentir o qué desear en modo impositivo pero también, y esto es clave para el capitalismo de hoy, en modo negativo: qué no querer, qué no sentir, qué no desear. El resto sería posesión y avaricia y la avaricia sería hoy la verdadera forma de la libertad capitalista.

Digamos la omisión del ¿quien paga? , del ¿quién pagó? J. C. R.

Como proceso de producción de necesidades la cultura necesita medios de producción: capital, mano de obra, fábrica, tecnología, burocracia, fuentes de información y alimentación, materia prima y derechos de propiedad. Medios de producción y además medios de circulación y valorización del producto: logística comercial, publicidad, marketing, promoción. Eso es la cultura y eso ha sido siempre en mayor o menos grado. Si hubiera que resumir hoy la estrategia y la táctica del capitalismo como productor de cultura no parece muy aventurado afirmar que su estrategia consiste en proporcionar al conjunto social la sensación de merecer tanto lo que se tiene como lo que no se tiene y su táctica en insistir en la fabricación material o inmaterial de todo aquello que confirme que ser es tener. Una cultura la del capitalismo que incluso ha legitimado como aceptable una frase que resume su filosofía: ganarse la vida.

Marx sí que tenía otra forma distinta de leer” las cosas: leer desde la explotación” J. C. R.

Y llegamos al ¿qué hacer? Y lo primero sería desintoxicarnos de esa tradición hegeliana que nos atraviesa y nos hace contemplar la Cultura como expresión y realización intemporal del “espíritu humano” y luego vacunarnos con las necesarias dosis del materialismo histórico marxista para asumir que si somos un partido comunista, que si tenemos como objetivo la revolución como medio de alcanzar una sociedad comunista, nuestra cultura es la revolución en tanto referente común por muy distintos que pudieran ser los caminos que lleven a ella. La revolución como cultura. Una cultura que no se compre, venda, subvencione ni consuma como superestructura legitimadora sino como arma y herramienta de transformación del sistema de producción capitalista y sus consiguientes relaciones sociales. La cultura como producción de lo común y la cultura como combate contra la cultura del narcisismo del yo propia del capitalismo. Combate y producción como aquellos aspectos que habremos de abordar en el próximo y ultimo artículo de esta serie si la vorágine electoral en marcha nos lo permite.



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