El
partido como frente cultural (II)
“No
se trata de algo que “se piensa” sino algo a través de lo cual
se piensa y se vive.” Juan Carlos Rodríguez
Decíamos que,
entendiendo la cultura como conjunto de referentes comunes, tangibles
e intangibles, utilizados para identificar e impulsar valores
compartidos, y partiendo de la idea de que cultura no es una simple
acumulación de conocimientos sino el proceso dinámico y continuo de
generación, producción y valorización de lo común – entendido
como cualidad distinta a lo simplemente compartido- , nuestro
partido, el partido de las y los comunistas, debería plantearse el
asumirse a si mismo como órgano de cultura evitando repetir aquellos
planteamientos “bífidos” - fuerzas del trabajo/fuerzas de la
cultura- que respondían a visiones del mundo que entendían la
cultura como territorio autónomo o mercado de prestigios que las
fuerzas de la emancipación deberían expropiar para su propio uso.
Frente a la cultura como producto, la cultura como producción.
Asumir el partido como productor de cultura supondría que esta no
debería seguir considerándose, kantianamente, como un espacio
aparte sino como praxis que ha de estar presente en cada momento,
acto y espacio donde el partido se construya y exprese como
comunista. Y eso requiere implementar en nuestras líneas de trabajo
estrategias y tácticas culturales encaminadas a actuar sobre dos
frentes absolutamente complementarios: producir, fomentar y
promocionar cultura comunista en tanto producción de lo común, y
combatir, sabotear y desacreditar “las culturas del yo” que el
capitalismo ha logrado imponer como definición y límite de lo
cultural.
”Estamos
hundidos en el no-yo y esa es la clave de nuestras lecturas
actuales” J. C. R.
Somos conscientes de
que las trabajadoras y trabajadores que nos dan sentido y nos
construyen como partido comunista, se presentan hoy como clase
sociológicamente fragmentada a consecuencia de los actuales sistemas
de trabajo postfordistas. Pero a la vez que esta fragmentación en
el espacio laboral es innegable, sucede también que desde el punto
de vista cultural esa misma clase se ha uniformado fuertemente por
causa de la hegemonía cultural que el capitalismo detenta de manera
monopolista. En sociedades como la nuestra, conformadas en buena
parte como sistemas de comunicación que determinan la auto y la
heterodescripción – el cómo nos vemos y el cómo nos ven- las
clases sometidas se han visto invadidas, alienadas e infeccionadas
por la “gran fábrica cultural” que el capitalismo impulsó, con
éxito, durante una larga guerra fría de cuya victoria, botín y
trofeos, el capitalismo sigue disfrutando. Una cultura capitalista
fundamentada en el “yo soy el propietario y hacedor de mi destino”
y que, o bien revestida con los ropajes del viejo y nuevo humanismo
que entiende la cultura, la Kultur, como esfera superior ajena a las
vicisitudes del humano trajín económico, o bien asumiéndose como
ilimitada construcción cínica: “yo soy un no-yo”, trata en
cualquier caso de imponernos su última verdad: la fuerza de trabajo
como capital individual y el ya todos somos, trabajadores y
empresarios, poseedores de capital y por consiguiente el capitalismo
es ahora mero diálogo democrático entre capitales dotados de los
mismos derechos y deberes.
“la
tierra prometida del supuesto oro encerrado en el texto” J. C. R.
Las culturas del
capitalismo nos han producido como culturalmente iguales: nos gustan
las mismas exposiciones de arte, visitamos los mismos museos,
escuchamos las mismas canciones, leemos los mismos libros, atendemos
obsesionados a los grandes eventos deportivos, hablamos de los mismos
espectáculos, vestimos modas semejantes, nos vacacionamos en los
mismos caribes, disfrutamos o no podemos disfrutar de los mismos
restaurantes, de las mismas universidades, vemos las mismas películas
o series de televisión, leemos los mismos periódicos globales de
la mañana o de la tarde, todos hablamos inglés o, si no lo
hablamos, estamos obsoletos, todos y todas queremos los mismos
etcéteras y etcéteras y, sobre todo, muy sobre todo, todos y todas
deseamos los mismos deseos, imaginamos las mismas imaginaciones y
somos poseídos por los mismos miedos. Habrá quien diga que la
oferta es amplia y que hay quien acepta el gusto dominante y quien no
lo acepta. Y sí: la oferta puede ser diversa pero el hipermercado es
igual y único y tanto el gusto como el disgusto forman parte de la
misma oferta que se pone a nuestro alcance. Porque en sociedades
“para” el Mercado como son las que construye el actual
capitalismo, la clave cultural no reside en el consumo sino en la
producción y es el capitalismo el que monopoliza la producción de
necesidades: qué querer, qué sentir o qué desear en modo
impositivo pero también, y esto es clave para el capitalismo de hoy,
en modo negativo: qué no querer, qué no sentir, qué no desear. El
resto sería posesión y avaricia y la avaricia sería hoy la
verdadera forma de la libertad capitalista.
Digamos
la omisión del ¿quien paga? , del ¿quién pagó? J.
C. R.
Como proceso de
producción de necesidades la cultura necesita medios de producción:
capital, mano de obra, fábrica, tecnología, burocracia, fuentes de
información y alimentación, materia prima y derechos de propiedad.
Medios de producción y además medios de circulación y valorización
del producto: logística comercial, publicidad, marketing, promoción.
Eso es la cultura y eso ha sido siempre en mayor o menos grado. Si
hubiera que resumir hoy la estrategia y la táctica del capitalismo
como productor de cultura no parece muy aventurado afirmar que su
estrategia consiste en proporcionar al conjunto social la sensación
de merecer tanto lo que se tiene como lo que no se tiene y su táctica
en insistir en la fabricación material o inmaterial de todo aquello
que confirme que ser es tener. Una cultura la del capitalismo que
incluso ha legitimado como aceptable una frase que resume su
filosofía: ganarse la vida.
“Marx
sí que tenía otra forma distinta de leer” las cosas: leer
desde la explotación” J. C. R.
Y llegamos al ¿qué
hacer? Y lo primero sería desintoxicarnos de esa tradición
hegeliana que nos atraviesa y nos hace contemplar la Cultura como
expresión y realización intemporal del “espíritu humano” y
luego vacunarnos con las necesarias dosis del materialismo histórico
marxista para asumir que si somos un partido comunista, que si
tenemos como objetivo la revolución como medio de alcanzar una
sociedad comunista, nuestra cultura es la revolución en tanto
referente común por muy distintos que pudieran ser los caminos que
lleven a ella. La revolución como cultura. Una cultura que no se
compre, venda, subvencione ni consuma como superestructura
legitimadora sino como arma y herramienta de transformación del
sistema de producción capitalista y sus consiguientes relaciones
sociales. La cultura como producción de lo común y la cultura como
combate contra la cultura del narcisismo del yo propia del
capitalismo. Combate y producción como aquellos aspectos que
habremos de abordar en el próximo y ultimo artículo de esta serie
si la vorágine electoral en marcha nos lo permite.
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